Todos dejan durante unas horas de ser como realmente son, esconden sus miedos y preocupaciones detrás de unos personajes inventados.
Esa noche la fresa que no era fresa, habló con un montón de Mikolapices que andaban con sus puntas al aire y sus lenguas largas.
Vi a un montón de pollos cocidos en alcohol, mientras sus etílicos cacareos hacían levantar ovaciones entre un grupo de mexicanos, policías y niños de comunión.
Entre chupito y chupito, entable conversación con dos Napoleones muy majos y ¿adivinaís? borrachos como cubas hablándome sobre su derrota en waterloo.
Al salir a la calle le dí la mano a un Mister Potato y tuve que salir en su busca para devolvérsela (Tiene que ser algo coña perder miembros tan de continuo).
Divagué durante unas decenas de minutos sobre el porque de la vida con Einstein o intenté volar con Superman, sin tener mucha suerte ninguno de los dos.
Floreé con una abejita entre unas cuantas flores y disfruté comiendo un cacho de gominola gigante.
Abordé a los Napoleones con una cuadrilla de piratas y les robé a los dos, con media docena de ladrones sin Alibaba.
Aplaudí la danza de los velos con unas preciosas bailarinas o reí como un niño cuando vi a unos payasos discutir con unos vaqueros.
Entonces fue cuando la risa se transformo en sorpresa, al observar a un grupo de fresas, unas cuantas caras conocidas entre tantas caretas.
Me acerque a una de ellas y le susurré que yo era una de ellas, que yo era una fresa más y no se lo contara a nadie. Ella me miró extrañada y señalándome a un espejo me susurró:
"¿Estás borracho? Tu no eres una fresa...Tu eres Supermario Bros.